Piensa en los acontecimientos más importantes que han ocurrido en tu vida: centra tu atención en ellos y a continuación intenta reflexionar sobre la función que puede cumplir ese recuerdo en tu memoria para que esos acontecimientos y no otros se hayan hecho presentes al realizar este sencillo ejercicio.
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Suele ocurrir que, cuando uno reflexiona sobre lo objetivo y los subjetivo, sobre si la realidad existe fuera de nosotros o somos nosotros mismos quienes la creamos, puede acabar deduciendo que todo puede estar más o menos sesgado, manipulado y/o construido menos nuestra propia vida, ya que lo que hemos vivido lo hemos visto con nuestros propios ojos, y por tanto, parece incuestionable.
Sin
embargo, en lugar de hablar sobre lo que hemos vivido, sería más correcto hablar
sobre lo que recordamos que hemos vivido, ya que cuando
pensamos en nuestra propia vida no recordamos todo lo que nos ha ocurrido.
Recordamos unas cosas y no otras, del mismo modo que, a las cosas que
recordamos, les atribuimos unos significados y no otros. De hecho, las
recordamos precisamente porque, para nosotros, explican de alguna manera lo que
vamos siendo en cada momento.
Esos
significados van evolucionando al servicio del aquí y el ahora al entrar a
formar parte de nuestra memoria desde el mismo momento en el que quedamos
impactados por su ocurrencia. Como afirma el filósofo y antropólogo Carmelo
Lisón Tolosana (2010): finalizamos el pasado desde y para el presente. La
mirada sobre el pasado es selectiva y no tenemos un anclaje permanente porque
todo cambia.
Hay
situaciones ocurridas en nuestra vida que utilizamos como referentes a partir
del aprendizaje sufrido por la experiencia. Son acontecimientos importantes
para nosotros, que guían, en gran medida, nuestros pensamientos, emociones y
conductas.
El
pasado nunca es sólido ni estático, se resignifica desde el presente: las decisiones tomadas, sus consecuencias,
las relaciones familiares, de amistad, de pareja y expareja, las enfermedades, fiestas
que nos hemos pegado y que nos hemos perdido, fallecimientos cercanos, libros
leídos, decepciones, éxitos, fracasos y demás acontecimientos a los que asociamos emociones,
van manteniendo o modificando su significado para tener una coherencia con la
idea que necesitamos tener sobre lo que somos en la actualidad (sea esta idea
positiva o negativa).
Para
ilustrarlo con un ejemplo, imaginemos una relación de pareja más o menos
satisfactoria: es habitual que estando en pareja se idealice el inicio de la
relación y las mejores experiencias vividas juntos: los viajes, algunas
películas, algunos polvos, algunos “te quiero” y otras situaciones que van
dando sentido a lo que es estar en pareja. Pues bien, si esta pareja se
rompiera, por ejemplo, porque uno de los dos se ha enamorado de otra persona,
la persona que ha sido dejada dotaría de un nuevo significado a la relación, a
su -ahora- expareja, e inevitablemente, a sí mismo/a, para hacer coherente y
soportable la nueva situación.
De nuevo
en palabras de Carmelo: El
pasado es movedizo. Lo fabricamos para servirnos de él.
Es por ello, que vamos construyendo nuestra identidad en base a información seleccionada
e interpretada de forma subjetiva al servicio de las necesidades actuales, y
esto siempre va a estar mediado por las emociones. Como ya he comentado,
solemos tener claro cuáles son los hitos en nuestra vida, que han conformado la
idea que tenemos sobre nosotros mismos en la actualidad, pero debemos ser conscientes de que se trata de un proceso dinámico de continua reconstrucción que solo
finaliza con la muerte.
Fotografía: David Rodríguez.
Texto: Miguel Ángel Agulló.
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